Comentario sobre el libro Las Muertas, escrito por Juan Andivia Gómez

Hay libros que penetran en lo más profundo y, tras su lectura, obligatoriamente pausada, no sabes si eres o si estás, si navegas o has varado definitivamente en una indolencia culpable. Estas palabras tan rimbombantes son contrarias a las del magnífico libro de Rosa Díaz, que lleva por título Las muertas (ed. Zurgai-Poetas por su pueblo, Bilbao, 2015), porque en él se utiliza un lenguaje directo, coloquial, distinto y desgarrado.

La lección de autenticidad de sus versos consiguen un sobrecogimiento que embarga y que nos hace cómplices inanes ante guerras, migraciones, tratas, dolor, violencia sexista y decepción.

Sin embargo es, ante todo, un poemario hermoso que se anuncia con el subtítulo «Salmos de la mujer que escribe» y que explica la poética de Rosa Díaz, basada en ser, estar y contar cantar en el mundo.

«Mi corazón es como la cera,/ que se derrite dentro de mis entrañas»

He visto a Rosa emocionarse mientras recitaba el poema que da nombre al libro «De las muertas»; he visto «los caminos extraviados» de guetos en Cracovia, de Auschwitz, de la actual Ucrania que, aunque no aparezca, si aparece; la inutilidad de la ONU y la música de Barenboim sonando de fondo, como la orquesta del Titanic. Vivimos en estos doce salmos, que lo son y que se anuncian con otras tantas citas bíblicas, la conciencia de no haber aprovechado el pasado: «cuando hacíamos chalecos para ellos sin saber que tejíamos la felicidad»; la casa hogar; la indecencia de los campamentos de refugiados; el destino de las niñas y los niños de países sin luz; el nomadismo; la inocencia de otra clase de vida «que nada tiene que ver con la de nosotros» y, sobre todo, el poder de las «palabras floretes», de las «que levantan muros» y la realidad dura y, a veces, trágicamente hermosa.

Y es que ante tanto desatino, tanta barbarie, con forzado optimismo yo también me pregunto, como la autora: «¿Dónde estarán los pájaros y el canto de los pájaros?».

El penúltimo poema, de mayor extensión, retrata una sociedad que es la de hoy (en realidad, todos los poemas son de hoy, aunque se publicaran hace siete años), donde se ha perdido la confianza en los políticos y se cita a Putin, Afganistán, Mali; la condición de mujer y del sur, de los sures; del paro; del reconocimiento de algunos trabajos tan necesarios como mal remunerados que le hacen gritar en el desencanto: «¿Dónde está el collar de mis ilusiones?». Y suplica, con la cita de Ernesto Cardenal, «Hazme justicia Señor /Porque soy inocente /Porque he confiado en ti /Y no en los líderes».

El libro termina con el bellísimo poema «La mujer que duerme» donde describe, recordando a Sara, la esposa de Abraham, un delicado acto de amor, un milagro de ternura que abre las puertas a mantener la fe, cualquiera que sea. «Y dormida la dejó sin romperla ni mancharla: /limpia su alma /limpia la sábanas de su ajuar».

Las muertas está lleno de vida, porque la literatura nos salva de las maldades, de las injusticias y de la realidad; es un libro de denuncia, de memoria, es un canto salvífico que nos recuerda, con una voz fuerte y única todo lo que duele y el papel imprescindible de una poesía verdadera como la de Rosa Díaz.