A Franco Battiato,
que buscó para su música palabras inteligentes.
Sin llegar a Catania pasan Los trenes de Tozeur. Y
como la voz de Battiato como el canto de las sirenas a
Ulises me fascina, me sumerjo en el tiempo del tirreno
porque tibio es el mar en Cefalú.
A distinta velocidad veo los orinales bajo los lechos. Al
empresario de Nijinsky y su amor. Las danzas rusas.
Los candelabros de los cíngaros. Los balineses en días
de fiestas y el denso vuelo del traje del derviche.
En el puente ondea la bandera blanca y ya hemos visto
a los idiotas del horror. Y aunque no sé de la era del
jabalí blanco me acuerdo de ti y de ti.
Del disco Fisiognómica, en vinilo, como si os mentara
en el instituto con los estudiantes de Damasco vestidos
por igual.
Me acuerdo de ustedes, como la madre de Battiato se
acuerda de su hijo y de su forma de ser.
Hoy es Sicilia, pero también Irlanda del Norte y una
noria en un atardecer de familia. Digo familia como
placa tectónica de roce de palabras en el jardín del bien
y del mal.
Y aquella gente anciana que bailaba al ritmo de las
mismas octavas con los pañuelos estampados que
lucieron en las bodas, parecen felices como yo aquí en
Cefalú dentro de su agua tibia, o cuando me acuesto en
la cama de Palermo y, no sé por dónde, pero pasan los
trenes de Tozeur… Y como la madre de Battiato me
acuerdo de ti y de ti.
Rosa Díaz
Del libro Concierto en mí sostenido