A la memoria de mi madre

Mi madre se puso de parto un veintidós de diciembre cuando en el cielo se alquilan balcones y la Virgen  lleva una rosa en su divina pechera.

     En aquel entonces se nacía entre el trasiego de la familia, la matrona y el agua hirviente, y si María salió de Nazaret de una casa construida con piedra y revoque, el patio de mi casa era particular y no estabulaba en él ningún ganado.

     César Augusto ya había promulgado el edicto para que  Miqueas, un profeta menor, acertara diciendo que Belén no era la más pequeña de la tierra de Judá.

     Mi madre llegó al día veintitrés, exhausta, pero habría de pasar otra jornada para que se cumpliera su destino, igual que María, que con la mula espantada por el vuelo de la perdiz  y habiendo roto aguas, no encontraba, la pobre,  ninguna habitación de alquiler que diera cobijo a su tercer misterio de gozo.

     Gozo que también consistía cuando en los coletazos del hambre, las mantecadas de Estepa se degustaran, junto a las pasas en aguardiente, cuando yo acabara de nacer. 

     Una pandereta suena cuando por el estirado pellejo, se arrastra el dedo corazón con un discreto toque de saliva. Y los cantes populares aireaban que la Virgen, una pariente pobre de la estirpe de David, se peinaba entre cortina y cortina con peines costosísimos, mientras mamá, ya no estaba para esas damerías ni modales en aquella cama, con la silla de enea incorporada y la toalla para agarrarse y apretar. Ignorando que la Torre Antonia, habitada siempre por un Imperio, miraba a La Casa Blanca gobernaba por Truman, la destrucción de Europa estaba motivando el Plan Marshall y, el diosito de Moguer, interno y deprimido, le quedaba a un paso Riverdale y su Animal de fondo. 

     Belén, campanas de Belén, anunciad al mundo que no ha sido ni es fácil andar por muchos territorios de la tierra. ¿Cómo pasa María por Jenín, Nablus y Ramala? Cómo pasan todas esas sagradas familias, si incluso en los senderos de la montaña de Cisjordania y Gaza, se excavaron zanjas y trincheras para la ruta de la muerte y la desesperación y, María, libró a su niño de la cuchillada de Herodes, aceptando emigrar y esperando un tiempo que no ha llegado todavía. 

     Aún así, mi madre siguió contando mi nacimiento como un hecho hermoso. En el  zaguán cantaban los campanilleros cuando ella me arrimó a su primer calostro, y doña Estrella, con su temblor de párkinson, llegó con su criada a ver qué había nacido… Y yo era Rosa y niña, y la noche era buena y azul.

Rosa Díaz

Versión de Portal del alma (Pregón de Navidad de Sevilla 2007) y publicado en la revista Ánfora Nova

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